Solo un perro




Había olvidado este episodio, pero un ex camarada me lo recordó hace unos meses atrás. 
Sentados tomando un café, Rubén S me lo contó: ¿Te acordás que estábamos en formación y el Teniente Coronel Sagasti estaba hablando y no se cómo apareció un perro y se puso a ladrar?. 
No, le respondí. Seguramente había entrado de la calle y el pobre perro tuvo el desatino de ponerse a ladrar. Ahora que me lo decís, tengo como un recuerdo vago del episodio, ¿y que pasó con el perro, Rubén? Vino el entonces suboficial principal Sevilla desenfundo su 9mm y le pego un tiro al pobre perro, acto seguido lo tomo de la cola y se lo llevó arrastrando. De eso no me acordaba Rubén, que demostración de valentía, impunidad y sobre todo poder sobre el resto de los cuadros subalternos y superiores, hay que pisar muy fuerte para tomar esa iniciativa y saltar al capitán. Me hubiera gustado verlo en Malvinas, dicen que muchos que alardeaban de valor se cagaban en los pantalones cuando venían los Gurkas.



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El Gordo

Una vez concluida la instrucción militar, luego de diez días de licencia, nos incorporamos en el Hospital Militar Central; ya teníamos destino: en Campo de Mayo nos anotamos con el cabo Bongi (no es su apellido, pero nosotros lo apodábamos así) Quedaban pocos destinos, y con Blas, mi camarada de la 1ra sección nos apuramos para meternos en ese destino. Ese día nos formamos en el patio de armas del Hospital y después, rota la formación, nos vino a buscar el Sargento ayudante Aguer, que luego se convertiría en el "Gordo". Como ya habrán imaginado era gordo y bien moreno (en Argentina decimos Morocho) Subimos al ascensor rumbo al 7mo piso y para nuestra sorpresa el soldado de la clase anterior lo saludó con un; "¿Que hacés Gordo, cómo andas?"; con Blas nos miramos, veníamos de la instrucción, de saltar de acá para allá, cuadrándonos ante todo superior, incluso con un Voluntario con delirios de Cabo que prefiero olvidar, y escuchábamos a este soldado viejo tratar así a nuestro superior. Rn ese momento presentimos que nuestra estancia en el 7mo seria promisoria. Llegamos y nos presento al jefe de piso, el teniente coronel medico Dr. Abun; nos cuadramos con toda la bizarría posible y el Doc nos saludó con una sonrisa y nos dio la mano junto con la bienvenida. ¿Qué estaba pasando?; esto era otro planeta. Inmediatamente nos presentaron al personal del piso y se nos asignó la primera tarea "Lampazo". Nada de fusil, solo trapeadores, baldes, jabón en polvo, etc. Todo un largo pasillo con dos halles, todo para nosotros. Yo trapeaba en zig zag y Blas secaba; era increíble el movimiento sincronizado que logramos, el cual se fue perfeccionando con los meses, obteniendo sincronía y velocidad.  Luego de terminada esa tarea vino el Gordo con paquetes de lana de acero y mas jabón en polvo y nos dijo: "¿Ven el lustre en las cerámicas de las paredes?" "Sí" respondimos. "Bueno, quiero que lo eliminen totalmente". Ese lustre oscuro que se había depositado a lo largo de décadas y décadas y que al parecer nadie había podido quitar era un desafío al cual había que lograr, pero nuestro ímpetu fue vencido enseguida porque por mas que nos esforzábamos no salía ni picando las paredes con masa y cortafierro. Hicimos 5 metros de pared y ya se hizo la hora de irnos a casa. Le dijimos al Gordo que teníamos que presentarnos en la Compañía para salir de franco y el accedió; me dijo; "Vos andá a guardar los elementos de limpieza y vos andá cambiándote de salida, así ganás tiempo". Yo obedecí la orden y, cuando regresaba, veo al Gordo entrar al cuarto donde nos cambiábamos con un vaso de whisky on the rocks lleno hasta el borde. Entré al cuarto y la escena que se me presentó era sobrecogedora: El Sargent. Ayudante con un pie sobre un banquito y con el vaso en la mano, y mi camarada sentado en una silla lustrándole los zapatos. No pude aguantar y me tenté de risa. Era una escena dantesca. Me preguntó casi balbuceando qué hacía ahí parado y le dije que había ido a guardar las cosas de limpieza y me preguntó quién me había dado esa orden... "Usted..." le respondí. "No puede ser, vaya ya mismo y saque todo y póngase a limpiar". Me fui mascullando maldiciones y a la vez riéndome cuando lo vi entrar al cuarto de baño. Iba en zig zag... Guardé todo, entré en el cuarto y le dije a Blas: "¡Rajemos, que el Gordo se metió en el ñoba!" Me vestí como un rayo y nos fuimos de franco. Al otro día me enteré por un supervisor de enfermería que el Gordo se había ido con una curda que daba miedo y que llegó al barrio donde vivía y parece que seguía con sed, entró a un bar y siguió bebiendo cuando irrumpió la policía pidiendo documentos (eran años difíciles aquellos) y el pobre Gordo ni encontraba sus documentos ni podía estar en pie ni hablar. Lo metieron en un furgón policial junto con otros parroquianos, hasta que pudo encontrar su cedula militar de identidad y la pudo mostrar, porque el pobre quería decir que era militar a lo que le contestaban: ¡¡Cállese, borracho!!. Cuando pudo mostrar el documento y decir que era suboficial del ejercito, abrieron las puertas del furgón y lo tiraron en una cuneta del camino.   

Querido Gordo: 
Si todavía estás en este mundo, quiero decirte que esto lo escribí con todo cariño, porque te queríamos mucho, Blas y yo. Gracias por tu bondad.



A Mar del Plata sin valijas...

Cerca la licencia de verano, salíamos de guardia y todo el grupo nos íbamos a Mardel. Éramos la Five Guard, el grupo mas indisciplinado de guardia. Tan problemáticos éramos, que algunos suboficiales, cuando se enteraban que les tocaba guardia con la Five se deprimían, excepto uno: el sargento ayudante Altamirano. Él se divertía con nosotros, se hacia el malo, pero se divertía muchísimo. Ese mes se habían puesto duros y encanaban a diestra y siniestra y sabíamos que estábamos en la mira del capitán. Ese día, luego de armarme, decidí comprobar el correaje del fusil y del casco. Ajustaba y desajustaba las hebillas para dejarlas perfectamente a mi gusto, y tanto manipulé las correas que cuando nuestro grupo cerraba el desfile se corto la correa de mi FAL en la parte de la culata y este comenzó a bambolearse tras mi espalda y el cargador se le clavaba graciosa y acompasadamente en el dorso de la mano izquierda que llevaba pegadita a la cadera el guia derecho, el cual no era otro que Luisito Disario, Delio para los íntimos. Su rostro lo decía todo. Cada vez que el cargador golpeaba su mano exclamaba un "¡Ahggg...   Ahhhhggggg! ¡La PMQLP, Baaastaaa!" La verdad es que nada podía hacer para impedir tal aflicción y, viéndole la cara me tenté, pero me tenté mal. Muy, pero muy mal. Pero la cosa no termina ahí. Se escucha un ¡VISTA DEREEE.. CHAAAAAAA! y al girar mi cabeza acatando la orden se me corta la correa del casco y este giró como un trompo alrededor de mi cabeza y ya no pude aguantar mas y pasé riéndome a carcajadas frente al capitán y al Teniente. Les vi los rostros; sus ojos me perforaban. Bah, a todos nos perforaban. Los que venían atrás siguiendo la escena se tentaron también, más atrás de la columna de grupo de tres perdieron el paso. No recuerdo por qué. En conclusión, nos dieron 10 días de arresto por la cabeza a la mitad de la guardia.

El secreto de sus ojos

Delio viajaba todos los días en el colectivo 60 desde Martinez hasta nuestro destino en el Hospital Militar Central. En Olivos subía "Marcello" y a Delio le llamaba la atención porque este otro integrante del Grupo de Guardia Nr 5, sistemáticamente se soltaba del pasamanos y se frotaba las manos y se arreglaba el nudo de la corbata. Esto lo hacía hasta llegar a destino, siempre con los ojos entrecerrados. Un dia cumpliendo con el servicio de guardia me toca el puesto de salida de vehículos Nr 2 (hoy dia ya no existe más ese puesto que daba a la calle Luis Maria Campos) y a Marcello el 2 bis, a escasos metros del 2 y debajo de un pino. Yo estaba parado en la entrada de la cabina cuando veo a Marcello fumándose un "CAÑO", ahhh...era eso, ¡Con razón! ahí se desveló el misterio de sus ojos entrecerrados y enrojecidos. Un dia me confeso que era para sobrellevar las guardias, incluso el primer dia de incorporación en Campo de Mayo se presento bajo los efectos del LSD, ahhh no sabés, negroooo,,, ¡qué hermosos colores..! ¡y esos verdes con tantas variantes..!